Adrián se quitó la camisa y se acostó en la camilla. Su madre había quedado afuera de la habitación por pedido del doctor.
Mientras el doctor ajustaba el aparato de hacer electrocardiogramas, una enfermera adhería al cuerpo de Adrián unos electrodos conectados a cables. Cuando estuvo todo listo el médico se acercó y le dijo:
- Ahora quiero que quedes tranquilo y que no te muevas. ¿Ves esas rayitas que se están dibujando en la cinta de papel?, esas rayas representan tus latidos. Nosotros vamos a salir y te vamos a dejar un rato solo, ¿está bien?
- Sí - contestó Adrián. El médico volvió a mirar el aparato y salió junto a la enfermera.
Adrián estaba naturalmente asustado, pero de a poco comenzó a calmarse. Mas su calma no duraría mucho. De pronto se apagó la luz y quedó inmerso en una oscuridad cerrada. Inmediatamente escuchó pasos en el interior de la habitación, salían de un rincón que un instante atrás estaba vacío.
Lo que avanzaba en la oscuridad se detuvo al lado de la camilla, y Adrián sintió que aquel ser se inclinó hacia él. Por alguna razón no podía gritar aunque sentía mucho terror.
Su corazón chocaba contra su pecho cada vez con más fuerza. De pronto la luz se encendió y, vio que a su lado había una enfermera fantasmal que no tenía cara, y que inclinada hacia él movía la cabeza como quien busca algo que no encuentra, o como quien trata de rastrear un olor.
Su corazón dio un último salto y se detuvo. En el aparato comenzó a sonar un alarma. El doctor entró de golpe y detrás de él la madre de Adrián; pero ya era demasiado tarde.
Ya lo habían llevado a la morgue cuando el doctor seguía examinando el resultado del electrocardiograma. El aparato había registrado el poder del terror, que puede matar fácilmente.
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